Humanidades

Escrito por: Jesús Ayaquica Martínez
Docente de Filosofía
octubre 26, 2022

El escepticismo es la corriente filosófica que expresa la duda en la posibilidad de lograr la verdad objetiva. Ante cada cosa son admisibles dos opiniones que se excluyen mutuamente: la afirmación y la negación. Así, esta postura eleva la duda al nivel de principio fundamental y afirma que nuestros conocimientos acerca de las cosas son inciertos.

Dos consecuencias

Según los escépticos de la antigüedad, la convicción de no poder conocer las cosas trae consigo dos consecuencias. En el aspecto teórico, desemboca en la suspensión de todo juicio (epojé). Y en la práctica, conduce a una actitud de indiferencia, de imperturbabilidad respecto de los objetos (ataraxia).

Ambos conceptos están íntimamente relacionados en este pensamiento. Partiendo del supuesto de que no conocemos nada, la resolución más conveniente es la epojé, es decir, poner en pausa toda afirmación. Esta respuesta tiene como consecuencia causal el logro de la ataraxia, un equilibrio mental y corporal, que nos permitirá alcanzar la felicidad.

Este aspecto eminentemente práctico del escepticismo lo convierte más en una actitud frente a la vida que en una escuela formal de pensamiento.

El fundador

Pirrón de Elis (360 a 272 a.C, aprox.) es considerado en la tradición filosófica como el fundador del escepticismo. Según los testimonios de la época, se enroló en el ejército de Alejandro Magno y lo acompañó en su expedición a Asia menor. Este viaje, con el que inició la conquista del imperio persa, llevó al ejército hasta las fronteras de lo que hoy conocemos como la India. Ahí tuvo contacto con los gimnosofistas, palabra griega que literalmente significa “filósofos desnudos”.

Estos pensadores causaron gran impacto entre los soldados, y en particular en Pirrón, por su actitud ascética frente a la vida. Según los relatos que se conservan, los gimnosofistas no bebían vino, se abstenían de comer carne y alimentos cocinados y sólo tenían relaciones sexuales para evitar que su pueblo se extinguiera. Probablemente, se trataba de los practicantes que hoy conocemos como yoguis o faquires. Es probable que Pirrón tomara de estos sabios algunos valores muy arraigados en Oriente, como la aceptación, el desapego y la renuncia.

Tal vez los gimnastas eran como hoy los yoguis o faquires. Depositphoto.

De regreso en Elis, su tierra natal, Pirrón gozó de gran admiración y alta estima de sus conciudadanos. Le consideraban un hombre sabio y prudente, al grado de que fue nombrado sumo sacerdote de la ciudad. Se distinguió por su estilo de vida tranquilo y sencillo. Nada orgulloso, tolerante y apacible, se ganaba la vida trabajando con su hermana en una granja que ambos poseían.

El pensamiento de Pirrón

El escepticismo promovido por Pirrón no sostiene que sea imposible elegir racionalmente entre dos cosas o tomar decisiones prácticas para actuar. Tampoco significa que se niegue de manera absoluta la posibilidad de todo conocimiento, pues eso implicaría una contradicción lógica interna. La afirmación “no se puede conocer nada” caería en un contrasentido, pues ella misma está enunciando algo que se conoce.

De hecho, la propia palabra escepticismo proviene, en cuanto a su etimología, de un verbo griego que significa “examinar”, “observar” o “meditar”. No se trata, por lo tanto, de una invitación a dejar de pensar o de ir a la deriva sin tomar decisiones.

Una propuesta para la vida

La actitud ante la realidad que promueve el escepticismo es muy distinta. Se relaciona más bien con la aceptación de que ninguna forma de vida o ninguna acción puede considerarse como definitivamente correcta. Por ello, puede afirmarse que se trata de una preocupación moral: el interés de Pirrón se centra en cómo conseguir la felicidad.

Según el escepticismo de este autor, todo nuestro pensamiento procede de la sensación, que es cambiante y sólo nos ofrece apariencias. Así pues, nos resulta imposible conocer la auténtica naturaleza de las cosas y, por ende, ninguna opinión puede ser realmente verdadera.

Por eso, no hay seguridad en nuestros juicios y la actitud más sabia es no pronunciarse ante las diferentes opciones. En este contexto, adquiere sentido la práctica de la epojé y lo que Pirrón denominó la afasia, es decir, mantenernos en silencio.  

La imperturbabilidad del carácter

Las consecuencias prácticas de esta actitud existencial es la imperturbabilidad o ataraxia, que nuestro filósofo considera el camino óptimo para conseguir la felicidad. Pero este aspecto de la teoría escéptica no significa en la práctica comportarse de manera irracional, imprevisible o sin precaución. Un estilo de vida semejante jamás le habría permitido a nuestro autor llegar a la edad de 92 años.

Pirrón distingue entre “filosofar” y “vivir cotidianamente” y ambos aspectos se entrecruzan en su filosofía. Los criterios teóricos preparan la actitud práctica, que es el fin último que se busca. Nadie puede vivir de manera diferente de cómo piensa; por eso, una filosofía que no pueda ser probada en la vida, no sirve.

Entonces, indiferencia e impasibilidad no significa falta de deseo por el conocimiento o desinterés por la propia condición. Se trata, en cambio, de una vida pacífica, que busca por encima de todo, la tranquilidad de ánimo. En este sentido, como veremos al final del texto, encontramos en el escepticismo la idea de una propuesta terapéutica para la vida.

Escepticismo vs. dogmatismo

Pirrón utiliza una analogía médica para la consecución de la felicidad: propone una cura radical de toda creencia. La enfermedad dogmática, es decir, la condición que nos lleva a sostener las propias ideas como verdades absolutas e invariables, puede ser sanada. El escéptico, por ser un amante de la humanidad, quiere curar en lo posible la arrogancia y el atrevimiento de los dogmáticos.

Así pues, si aspiramos a la paz del espíritu, no podemos dejarnos atrapar en el torbellino de las discusiones filosóficas. El practicante no desea, entonces, mezclarse en una serie inacabable de disputas, sino que introduce cierta incomprensibilidad e irresolución en las cosas. Esto le lleva a un estado de tranquilidad interior y a encarnar el ideal del sabio escéptico: una especie de revolucionario sin creencias.

Una vez hecho el diagnóstico, viene la limpieza, la terapia que intenta la estabilidad, el equilibrio del cuerpo y la mente del hombre. El tratamiento consiste en eliminar la angustia de la vida cotidiana, que se produce cuando hay que elegir constantemente entre opciones. Esto es lo que trata de evadir el escepticismo.

Entonces, no estamos ante una filosofía que nos obliga a elegir entre la inútil alternativa del conocimiento o la acción. Estamos en presencia de un pensamiento usado como higiene intelectual, como práctica terapéutica. Su objetivo es ayudar al hombre en el áspero camino de la vida a transitar de la forma más serena posible.

La felicidad para el escepticismo

La indeterminación de las cosas nos llevó a la suspensión del juicio y sobre esa nulidad se construye paradójicamente la felicidad. La vida buena no consiste en obtener cosas, sino justamente en la suspensión de nuestra decisión sobre las cosas. Así, la afasia que propone Pirrón no consiste en “quedar sin palabra”, sino en “no tener nada que decir sobre las cosas”.

Esta falta de perturbación, este estado de tranquilidad, que causa la aparición de la afasia, nos conduce a la ataraxia. En consecuencia, la causa original del verdadero escepticismo es la esperanza de alcanzar la tranquilidad, mediante la investigación de la verdad de las cosas. Pero, investigar no significa dogmatizar: el escéptico con su obra investiga, no dogmatiza; no afirma o niega nada sobre las cosas que investiga.

Cuando al escéptico no le queda más remedio que decir alguna cosa, positiva o negativa sobre algo, no será una afirmación o negación absolutas. En sus expresiones, siempre habrá que sobreentender un “me parece que…”, admitiendo con humildad que las cosas pueden ser de otra manera.

Este acuerdo sobre la limitación de nuestras impresiones conduce a la tolerancia, tan necesaria en nuestros días. Pues todo el que comprende el mundo de esta forma debe acordar lo mismo para el mundo de los demás.

Para saber más

Licenciatura en Filosofía, Universidad Intercontinental

Licenciatura en Psicología, Universidad Intercontinental

Maestría en Psicoterapia Psicoanalítica, Universidad Intercontinental

Jesús Ayaquica Martínez, «Consejos medievales para aliviar las penas», Bitácora UIC, 19 de diciembre de 2017.

Jesús Ayaquica Martínez es licenciado en Filosofía, maestro en Psicoterapia Psicoanalítica y doctor en Psicoanálisis, todo por la Universidad Intercontinental. Imparte clases en Filosofía, Administración a nivel licenciatura y posgrado. Fue editor de la desaparecida revista Avatares, publicación de Filosofía; es miembro de los consejos editoriales de Intersticios. Filosofía, Arte, Religión, y la Revista Intercontinental de Psicología y Educación, publicaciones científicas del programa de Filosofía y del de Psicología, respectivamente. También se ha desempeñado en la consulta psicoanalítica independiente.



* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional

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